Aunque no soy muy partidario de la filosofía de Jean-Jacques Rousseau por su extremismo positivismo hacia el ser humano, tengo que confesar que como persona me seduce mucho que fuera capaz de pensar lo que pensó. Porque la gente no es mejor ni peor ahora que antes. Y a pesar de esto, creyó en el que ser humano era bueno por naturaleza.
Aún así, si levantara la cabeza, se encontraría en una nueva versión de la sociedad que jamás habría imaginado: una donde no firmamos contratos para ser ciudadanos libres, sino para ser esclavos del sofá, con las manos atadas por la letra pequeña. Bien por mano de Netflix, HBO o Disney+. La lista de plataformas de streaming es casi interminable y tienen nuestra atención secuestrada.
Él hablaba de ceder libertad por el bien común. Nosotros lo hacemos por horas de maratones de series. Pero, ¿qué pasa cuando nos enfrentamos a los famosos Términos y Condiciones? Spoiler: nos rendimos. Rousseau creía que en el hombre, pero no creo que estuviera preparado para la versión moderna de los contratos, esa que se ensaña en la letra pequeña y en la longitud infinita para quitarnos las ganas de enfrentarnos a la tarea de leer más del inicio.
La odisea de firmar sin leer: el contrato social vs. el contrato de streaming
Imaginemos a Rousseau en pleno siglo XXI, enfrentándose a la temible letra pequeña cuando sacas tu primer iPhone de su caja. No tardaría ni dos minutos en darse cuenta de que ese ideal de contrato social justo y transparente se fue por el retrete junto con las buenas intenciones de cualquier ser humano decente.
- «Acepto los términos y condiciones»: la gran mentira de nuestro tiempo
Si Rousseau predicaba que debíamos ser libres y conscientes de nuestras decisiones como sociedad, lo primero que le chocaría es la facilidad con la que aceptamos los términos y condiciones sin siquiera pestañear. «Acepto los términos», decimos, cuando en realidad no hemos leído ni la primera palabra. Rousseau se rascaría la cabeza preguntándose: «¿Qué libertad hay en esto?» Bueno, querido Rousseau, la única libertad aquí es la de hacer clic sin pensar. Hay un capítulo de South Park dedicado a este aspecto y me parece buenísimo. No dejéis de verlo si tenéis la oportunidad. - Cediste tu privacidad, so cándido
La privacidad, según Rousseau, sería una de las piedras angulares de nuestra libertad. Y aquí estamos, felices de firmar un contrato donde aceptamos que Netflix o HBO rastreen cada uno de nuestros movimientos digitales. ¿Te gustó una peli de acción? ¡Toma! Aquí tienes veinte más. ¿O prefieres una comedia romántica? No pasa nada, el algoritmo te ha calado y ahora te llueven recomendaciones hasta para los días en los que te apetece llorar. Rousseau lo llamaría vigilancia encubierta. Nosotros lo llamamos «el catálogo infinito.» - La trampa de la suscripción «fácil»
Y, por supuesto, Rousseau se preguntaría cómo hemos llegado a este punto. El contrato social que él imaginaba nos protegía de abusos y nos garantizaba libertad. Pero, con Netflix, HBO, Disney+, etc., el único contrato que firmamos es uno que nos garantiza que olvidemos nuestra suscripción y sigamos pagando aunque ya ni miremos la pantalla. ¿Cancelar el servicio? Eso ya es otro tema. «Solo debes seguir estos 27 pasos y sacrificar una cabra bajo la luna llena…» ¡Más fácil escribir el Discurso sobre el origen de la desigualdad que cancelar una cuenta de HBO!
Las maravillas de la letra pequeña: más laberinto que contrato
La letra pequeña en los términos y condiciones de estas plataformas es un arte en sí misma. Se necesita más paciencia para leer esos contratos que para enfrentarse a Los Miserables y a Crimen y Castigo en una sola tarde y sin pestañear. Rousseau se echaría las manos a la cabeza al ver cómo nos engañan con promesas de «entretenimiento ilimitado» mientras la letra pequeña nos dice algo como: «No te quejes si la mitad del contenido solo está disponible en Uzbekistán y durante la luna nueva.»
Ah, y si no te gusta lo que ves, no pasa nada: tienes derecho a quejarte… siempre y cuando escribas una carta manuscrita en pergamino, sellada con lacre, y la envíes por paloma mensajera a la sede central de Netflix en la Antártida. Libertad y justicia, ¡dónde quedó eso!
El contrato social y el autoplay: ¿Rousseau lo habría previsto?
Rousseau imaginaba que, si las leyes eran justas, la gente las seguiría por voluntad general. Pero lo que Rousseau no vio venir fue el temible autoplay de las plataformas de streaming. La voluntad general aquí es seguir viendo capítulos sin parar, como si nuestras vidas dependieran de ello. «Solo un capítulo más,» decimos, mientras el autoplay nos atrapa en una espiral de episodios interminables.
Rousseau estaría horrorizado: «El hombre ha perdido toda su libertad… y su dignidad… frente a una pantalla.» Y nosotros seguimos ahí, con la mirada fija y el cerebro apagado.
El verdadero contrato social está en el sofá
Al final, si Rousseau pudiera firmar hoy un contrato social con Netflix o HBO, lo haría solo si pudiera añadir una cláusula: «Por favor, que la suscripción se cancele sola si llevo tres meses sin ver nada.» Porque, claro, en su versión original del contrato social, había un equilibrio entre libertad y deber. Pero en la versión moderna, parece que solo hay deberes. Y el mayor deber de todos es… seguir pagando, aunque ya ni recordemos por qué.
Así que, querido Rousseau, si lees esto desde el más allá, solo te digo: «El hombre nace libre, pero en todas partes está atado a la suscripción mensual.»
Links de interés
Evaluación del conocimiento de la fenilcetonuria
Página de Psicología e IA en Facebook