Hoy tuve que viajar en metro por necesidad, y debo confesar que lo odio. Este sentimiento me lleva a pensar en Aristóteles y su concepto de eudaimonia, o la felicidad como el fin último de la vida humana. Mientras me adentraba en el bullicio del metro, reflexioné sobre cómo este medio de transporte, a menudo incómodo y caótico, podría contribuir o impedir alcanzar la eudaimonia. Según Aristóteles, la felicidad no es un estado momentáneo de alegría, sino un florecimiento a lo largo de toda la vida mediante la virtud y la razón. ¿Podría entonces este viaje en metro, tan lleno de pequeñas molestias, ser parte de mi camino hacia una vida virtuosa?
En el estruendo y la prisa, pensé en Schopenhauer y su perspectiva pesimista sobre el deseo y la satisfacción. Schopenhauer afirmaba que nuestra vida oscila entre el sufrimiento y el aburrimiento, y que cualquier felicidad es simplemente la breve pausa entre estos dos estados. Mientras observaba las caras cansadas de los demás pasajeros, me pregunté si el metro podría ser un microcosmos de la visión schopenhaueriana del mundo: un lugar donde todos estamos empujados por nuestras necesidades, atrapados en un ciclo de deseo y frustración.
Sin embargo, en medio de esta reflexión, noté algo peculiar: una persona mayor sonriendo tranquilamente mientras leía un libro, aparentemente ajeno al caos que lo rodeaba. Este pequeño acto de serenidad me hizo cuestionar si, a pesar de la visión de Schopenhauer, podríamos encontrar momentos de verdadera felicidad incluso en las situaciones menos ideales. ¿Podría ser que nuestra actitud y percepción desempeñen un papel más crucial en nuestra felicidad de lo que pensamos?
Con estas ideas en mente, mi viaje en metro se transformó. Ya no era solo un medio para llegar a un destino, sino una oportunidad para observar y reflexionar sobre la condición humana. Cada parada, cada multitud y cada momento de espera se convirtieron en partes de una gran alegoría de la vida misma, donde cada uno de nosotros, a pesar de las circunstancias, tiene la potencialidad de encontrar su propia versión de la eudaimonia. Tal vez, en el futuro, podría empezar a ver estos viajes no como algo que soportar, sino como momentos valiosos para practicar la paciencia, la comprensión y, en última instancia, la virtud.
Así, el metro, que había comenzado siendo un motivo de disgusto, se convirtió en una lección inesperada sobre la felicidad y la naturaleza humana. En este entorno improbable, aprendí que tal vez la felicidad no se trata de evitar el sufrimiento o el aburrimiento, sino de encontrar sentido y serenidad en medio de ellos.