Lamento decepcionaros, pero no. Sé que algunos habéis llegado hasta aquí esperando encontrar información sobre ese tipo de droga de la familia de los nitritos que se consume por vía inhalatoria. Lamento decepcionarte. Karl Popper fue uno de esos tipos que se pasó la vida reflexionando. De esos pocos que miran más allá de lo evidente y ven cosas que el resto de nosotros ni imaginamos. Fue una persona de las que hubiese deseado conocer y que admiro por su profundidad de pensamiento. Sin duda, fue una mente brillante.
Su libro más famoso, «La sociedad abierta y sus enemigos», fue publicado en 1945. En él, Popper dejó caer una bomba filosófica que aún hoy resuena.
En este libro, Popper planteó algo muy interesante y bastante paradójico, que podéis resumir así: la tolerancia tiene límites.
Popper estaba convencido de que, aunque una sociedad abierta y democrática debe ser tolerante, no puede tolerar a quienes son intolerantes. Si así fuera, entonces esa misma tolerancia podría acabar autodestruyéndose. Es como si en una fiesta dejásemos entrar a alguien que quiere romper los altavoces y arruinar la diversión de todos. Si lo dejamos entrar, adiós fiesta. Si lo paramos, seguimos bailando. Pero aquí la música es la democracia y los indeseables los que quieren arrebatar los valores que costó tanto tiempo conseguir.
La paradoja de la tolerancia
«La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia.» Esa es la frase que resume esta famosa paradoja. En otras palabras, si dejamos que los intolerantes hagan y digan lo que les plazca sin ponerles límites, podrían acabar con la misma tolerancia que nos hace libres. ¿Queréis un ejemplo? Pensemos en esos fanatismos religiosos o ideológicos que afirman que hay personas «inferiores» por ser mujeres, homosexuales o, simplemente, diferentes. Si los dejamos decir y hacer lo que quieran, corremos el riesgo de que esos valores discriminatorios empiecen a calar en la sociedad, y entonces… adiós a la libertad.
¿Es esto «intolerante» por nuestra parte? Algunos podrían decir que sí, y ahí es donde surge la gran pregunta: ¿ser intolerante con los intolerantes es realmente fascismo, como algunos sugieren? Pues no, y aquí te explico por qué.
¿Por qué poner límites no es fascismo?
Imagina que alguien en clase empieza a gritar que tú no tienes derecho a hablar porque llevas una camiseta de cierto color. Vamos, una tontería. Si le dejas seguir gritando, acabas sin poder hablar y sin poder vestirte como quieras. Pues Popper argumenta que, en esos casos, es necesario poner un límite. Ser intolerante con los intolerantes no es fascismo; es proteger los derechos fundamentales de todos. La diferencia está en el propósito: no se trata de imponer una forma de pensar, sino de evitar que otros intenten imponérnosla.
Poner límites a los intolerantes es como usar antivirus en el ordenador. No estás «discriminando» al virus por no dejarlo entrar en tu PC; estás protegiendo el sistema para que funcione como debe.
Reflexionemos un poco…
Popper nos deja aquí con una cuestión fundamental para los tiempos que vivimos. Hoy, con el auge de los fanatismos, la discriminación y la intolerancia, sus ideas parecen tan actuales como siempre. Así que os lanzo algunas preguntas para reflexionar:
- ¿Hasta qué punto debemos tolerar las ideas de quienes promueven la discriminación?
- ¿Es correcto defender los derechos de todos, incluso de aquellos que no respetan esos derechos?
- ¿Debería una sociedad democrática limitar ciertos discursos en pro de la libertad?
Desde mi punto de vista, proteger la igualdad de género, el derecho a amar a quien quieras y la libertad de vivir según tus valores sin hacer daño a nadie no es un acto de intolerancia; es simplemente defender la libertad de todos. No estamos aquí para reprimir ideas, sino para poner límites cuando esas ideas cruzan la línea y empiezan a quitar derechos a otros.
Popper tenía razón en este sentido. Ser tolerante no significa dejar que nos pisoteen. Significa que todos tengamos un espacio donde podamos vivir sin miedo a que alguien quiera imponernos una visión de cómo debemos ser o a quién debemos amar. En una sociedad verdaderamente libre, tenemos que poder defender esos valores, incluso si eso significa decirle a alguien: “Mira, hasta aquí llega tu libertad, porque al otro lado empieza la de los demás.”
Y hasta aquí, por hoy, jóvenes filósofos, la lección de hoy. La próxima vez que alguien venga a decir que limitar la intolerancia es intolerante, recordad a Popper. Recordad que defender el derecho de todos a ser libres y respetados no es fascismo, sino lo contrario. Y, si os ha gustado esta reflexión, pues… Cogito, ergo click en la próxima entrada.
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