Imagina que Immanuel Kant es un chef, pero no cualquier chef: es un chef extremadamente riguroso y preciso, cuya cocina es más parecida a un laboratorio de ética. Kant no cocina platos ordinarios; cocina decisiones morales.

Primer Plato: El Imperativo Categórico

Kant empieza con su famoso plato estrella: el «Imperativo Categórico». ¿Qué es eso? Imagínate que tienes una receta que dice: «Si vas a cocinar, debes seguir la receta al pie de la letra, sin importar cuán hambriento estés o cuánto te gustaría añadir cinco kilos de chocolate extra».

Para Kant, este imperativo es simple: actúa solo según la máxima que quieras que se convierta en una ley universal. ¿Quieres mentir para salirte con la tuya? Imagina un mundo donde todos mienten todo el tiempo. Resultado: nadie confiaría en nadie, y el concepto de verdad simplemente dejaría de existir. Sería como intentar hacer un soufflé en un terremoto.

Segundo Plato: El Respeto por la Humanidad

Después, Kant nos sirve el «Respeto por la Humanidad». No es un plato que puedas comer, sino más bien una regla de etiqueta en la mesa: trata siempre a las personas como un fin, y nunca como un medio para llegar a otro fin. Esto sería como invitar amigos a cenar no porque disfrutes de su compañía, sino solo porque quieres que te ayuden a pintar la casa después. ¡Muy mal gusto!

Postre: La Autonomía y la Dignidad Humana

Finalmente, para el postre, Kant nos ofrece la «Autonomía y la Dignidad Humana». Esto significa que cada persona debe ser su propio chef en la cocina de la vida. No puedes simplemente tomar decisiones por otros, basándote en lo que tú crees que es mejor para ellos. Sería como servir a todos tus invitados tu helado favorito de pistacho sin preguntar si alguno tiene alergia a los frutos secos.

Así que, ahí lo tienes. La ética kantiana es como seguir una receta muy estricta en la cocina de la vida. Según Kant, si todos siguiéramos estas recetas al pie de la letra, el mundo sería un lugar mucho más predecible y ordenado, aunque quizás un poco menos emocionante. Pero, ¿quién sabe? Tal vez en el fondo, a Kant le gustaba un poco de caos en su cheesecake.