Rodolfo Ramos Álvarez
Kant y Vader

Hola, amigos de la reflexión profunda! Hoy vamos a hablar de un señor alemán que, si lo hubiera conocido tu cuñado, habría acabado siendo su mejor amigo para discutir en las cenas de Navidad: ¡Immanuel Kant! Este señor no solo tenía unas ojeras que ni después de un maratón de series en Netflix, sino que además se dedicó a crear una ética que, atención, NO tiene que ver con lo que sientas o lo que te apetezca, no, no. Según Kant, las normas morales se siguen porque se siguen. Así, sin más. Como cuando la vecina te dice: «No tires de la cadena a partir de las diez», pero sin poder discutirlo.

Vamos a entrar en materia con una gran pregunta: ¿Por qué Kant es más categórico que tu cuñado?

El imperativo categórico: ¿Cumples las normas o eres un desalmado?

Imagínate que llegas a casa con hambre, abres la nevera y ves que alguien se ha comido tu yogur (sí, el de piña). Kant te diría que tienes dos opciones: vengarte comiéndote el yogur de tu compañero de piso… o seguir el imperativo categórico. Que básicamente es como un cartel de «Prohibido hacer el mal», pero pegado en tu conciencia.

Según Kant, esto es así: Haz lo correcto porque es lo correcto, punto. No hay «es que tenía hambre», «es que era mi favorito». Kant no tiene piedad. Si lo que piensas hacer no puede convertirse en una ley universal que todo el mundo pueda seguir sin que el mundo explote, entonces no lo hagas.

Es como si la madre de Kant siempre estuviera ahí detrás, diciéndole: «Si no quieres que te lo hagan a ti, no lo hagas tú». Pero claro, sin la parte del «y porque lo digo yo».

Rodolfo Ramos Álvarez

El ejemplo del postre robado y la ley universal

Imagina ahora que decides llevarte el último trozo de tarta de la oficina. Kant te preguntaría: ¿Qué pasaría si todo el mundo se llevara el último trozo de tarta sin preguntar? La respuesta es clara: El caos. Y no solo porque la oficina se quede sin postre, sino porque la confianza se va al garete.

Según Kant, la moralidad es como esa partida de mus que nunca terminas porque nadie se aclara con las reglas. O todos jugamos con las mismas cartas, o al final nos levantamos todos enfadados.

Es que no falla: el imperativo categórico es como el contrato no escrito del buen comportamiento. Si lo que vas a hacer no puede convertirse en norma universal, lo siento, pero Kant te diría: «Aguántate el antojo de tarta y come manzana». ¿Justicia moral? Más dura que un bocadillo de cemento.

Kant y la verdad: ¿Mentir está mal?

Ay, Kant, aquí te has pasado de rígido. Para Kant, mentir está siempre mal. Siempre. O sea, tú imagínate, estás en el salón de tu casa y llaman a la puerta. Te asomas y es un asesino preguntando por tu vecino. ¿Qué haces?

  1. Cierras la puerta y te haces el loco.
  2. Le dices que no está.
  3. Le dices la verdad, que está viendo «Sálvame» con unas palomitas.

Bueno, pues Kant te diría que la 3. ¡La 3! Porque para Kant la verdad es sagrada, y mentir (aunque sea para salvar a alguien) está prohibido. Sí, como lo oyes. Kant piensa que una mentira nunca es aceptable, porque si todos mintiéramos, el mundo sería como un grupo de WhatsApp donde nadie sabe quién ha visto el mensaje.

O sea, que si aplicamos el imperativo categórico: «Dile la verdad al asesino». Ya si eso, rezamos para que el vecino sea más rápido que el asesino o que haya visto muchos documentales de escape en Netflix.

Kant, el vigilante moral

Para Kant, la moral no depende de lo que te guste o de lo que sientas. Es como el que te dice: «Come tus verduras porque es lo correcto, no porque te guste». Y no te sirve ni la excusa de «es que no me apetece» ni la clásica «hoy me lo salto, total, por una vez…». Porque en el mundo de Kant, no hay escapatoria. O haces lo correcto, o haces lo correcto.

Así que la próxima vez que te enfrentes a un dilema moral (como si te comes el yogur de tu compañero o si cuentas una mentirijilla piadosa), recuerda: Kant te está mirando. Bueno, no literalmente, pero seguro que hay una versión de Kant en tu cabeza diciendo: «Si no es ley universal, no lo hagas.» Como ese vecino del quinto que nunca falla en señalarte cuando aparcas mal.

Diálogos inventados de ayer y hoy presentan…

Rodolfo Ramos Álvarez
Vader: «Únete a mí, Kant. Juntos podemos gobernar la galaxia. El fin justifica los medios.»
Kant (mirando a Vader como si hablara con un crío rebelde): «¿El fin justifica los medios? Por el amor a la razón… ¿dónde lo has leído, en un libro para supervillanos? ¡Eso es lo opuesto al imperativo categórico!»
Darth Vader: «¿Y eso qué es? ¿Tu espada láser?»
Kant (suspira con paciencia infinita): «Es lo que dicta la moral. Cada acción debe poder ser una ley universal, así que, si tú destruyes planetas por diversión, ¿qué crees que pasa si todos lo hacen? Spoiler: caos total.»
Vader (cruzando los brazos): «Yo busco orden. Un poco de disciplina. La galaxia lo necesita.»
Kant: «Claro, la clásica excusa del dictador. Forzar obediencia no es orden, es opresión. Mira, Vader, si haces algo que no pueda ser válido para todos, como asfixiar gente a distancia, ya estás fastidiando las cosas.»
Vader: «Tú y tus principios… Yo tengo el poder.»
Kant (con una sonrisa sarcástica): «Sí, sí, ya lo veo: capaz de mover objetos con la mente, pero de mover una idea coherente, ni hablar. El poder sin moralidad es como un sable de luz sin batería. Inútil.»
Vader (respirando con irritación): «No entiendes, Kant. Haré lo que sea necesario para la paz.»
Kant (alzando una ceja): «Sí, claro. ¿Imponer la paz con miedo? Eso es como pedir respeto a base de tortas. Spoiler de nuevo: no funciona. La verdadera moral no necesita miedo, solo razón. Lo siento, Lord Vader, pero tu ética es más floja que una película de relleno.»

 

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