¿Amas o te dejas amar?
Parece que inevitablemente nos enfrentamos, tarde o temprano a esta pregunta. Desde la honestidad no cabe más que responder que somos de los dos tipos. El amor sin reciprocidad es otra cosa, pero no puede ser llamado amor pleno. No hablo ya de llegar al eros de Platón, como un impulso hacia la belleza y la verdad, más allá del mero deseo físico. Hoy hablo de algo más mundano y terrenal: ¿quieres a quien te quiere?
Amigo mío
Si hacemos un pequeño apartado sobre la amistad, al hablar de amor, es inevitable no pensar en la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Donde hablaba del amor en términos de amistad («philia»). Aquí es una virtud central dentro de la opción de llevar una vida buena. Su idea de la amistad perfecta se basa en la bondad y la reciprocidad entre personas que desean lo mejor para el otro. Lo que nos devuelve a la pregunta del párrafo anterior: ¿quieres a quien te quiere?
Sin duda, si hablamos de amigos, la respuesta suele ser sencilla. Tenemos una jerarquía de relaciones que van desde la persona que siempre que nos ve nos dice: tenemos que quedar, -para no llamarte jamás-, hasta quien sin querer ni previo aviso se convierte en un bastón, una sombra, un fiel amigo sin quien no concibes transitar por la vida.
Por eso querer a los amigos no es una tarea difícil, pues amamos en la medida que nos sentimos libres para dar lo que queremos y recibimos con la misma arbitrariedad. Me explico: a veces queremos más de lo que somos queridos y, otras, nos quieren más de lo que merecíamos. Pero, al final, los amigos de verdad, los que quedan al pasar los años, son aquellos a los que quisimos y ellos nos quisieron. No hay más salsa donde mojar el pan, por más que sepamos que vivimos rodeados de compañeros que estarán encantados de ir con nosotros a tomar una cerveza o echarse unas risas. Sin embargo, no nos engañemos, en estas reuniones hay más necesidad de contar la propia vida que de escuchar al otro.
Por eso, para mí, el amor cotidiano basado en el roce circunstancial, las comidas o cenas de empresas, las cañas con compañeros de trabajo, me llevan frecuentemente a pensar en Nietzsche y en su visión crítica del amor tradicional. Es una forma de debilidad porque muchos aprovechan tu capacidad de amar como un mecanismo de poder y posesión hacia tu persona, un instrumento para lograr favores, influencias o control.
¿A quién odias?
Sartre consideraba el amor como un intento de poseer la libertad del otro, pero en qué lugar deja esto al odio. ¿Te has preguntado alguna vez cómo las emociones moldean tu identidad? Llevo tiempo pensando en cómo el odio es una fuerza poderosa, con el asombroso poder de transformar quién eres. Es más fácil, sin duda, reflexionar y dedicar tiempo a cómo el amor nos hace mejores personas. Pero, sinceramente, ¿cuál de ellas ha tenido un impacto más profundo en tu vida? Es decir, el amor te ha podido hacer feliz o desgraciado, te ha dado hijos, te ha hecho crecer como persona…, pero ¿qué acciones te han movido más, las buenas o las basadas en el rencor? ¿Cuántas y de qué calibre han agitado tu vida?
¿Quién te odia?
La realidad es que nuestra identidad no es tan sólida como creemos. Es un mosaico en constante cambio, esculpido tanto por las experiencias externas como por nuestras emociones más íntimas. El amor, con su capacidad de elevarnos y llenarnos de aspiraciones nobles, puede impulsarnos a ser mejores y más completos. Es esa fuerza sublime que nos motiva a mejorar y alcanzar la plenitud.
Pero no subestimemos al odio. Esta emoción, aunque a menudo devastadora, posee un poder transformador único. Vivir el desprecio o la hostilidad de alguien, especialmente de un antiguo ser querido, puede sumergirnos en una alteración emocional profunda. El odio, con su intensidad visceral, puede cambiar el curso de nuestra vida de maneras que ni siquiera el amor logra.
Piénsalo: las personas a las que amamos, y quienes nos aman, pueden cambiar nuestras vidas significativamente. Sus palabras, sus acciones, y sus propios sentimientos hacia nosotros influyen en nuestra autopercepción. El amor nos inspira, nos hace aspirar a ser mejores, a alcanzar nuestro potencial. Sin embargo, cuando el amor se convierte en odio, su impacto puede ser igual de poderoso, pero en una dirección totalmente diferente.
Este choque emocional, donde el amor y el odio se entrelazan, nos obliga a cuestionar nuestra propia esencia. Ambos sentimientos, aunque opuestos, tienen la capacidad de redefinir quiénes somos, alterando nuestra identidad desde lo más profundo.
Eres barro en las manos de tus emociones
Así que, la próxima vez que te encuentres envuelto en el calor del amor o el fuego del odio, recuerda: ambos están moldeando tu identidad de maneras que quizás nunca imaginaste.
Estoy de acuerdo con Schopenhauer en que la voluntad es una fuerza primordial e irracional. Una verdadera fuerza detrás de nuestras acciones y decisiones. Hay poco espacio para el libre albedrío ante las grandes tragedias de nuestra vida. Según él, las personas no eligen libremente. Sus deseos y acciones son manifestaciones de esta voluntad subyacente. Por eso, yo, a la pregunta de ¿qué fuerzas definen más quién soy: el amor o el odio? Solo puedo responder que, por desgracia no puedo elegir. Soy quien soy como reacción a los eventos que en cada momento marcan mi vida. Amo cuando soy amado, aunque sea un poco, y odio cuando me odian de forma constante y profunda.