Imagina que Jean-Paul Sartre, el papá del existencialismo y amante de los cafés parisinos, decidiera darte una lección sobre la existencia y la esencia desde la mesa de un Starbucks moderno. Con un frappuccino en mano —porque, ¿por qué no?—, Sartre podría comenzar a despotricar sobre su famoso dicho, «El infierno son los otros», mientras intenta conectarse al Wi-Fi gratuito.
Sartre, conocido por su mirada intensa y su ceño fruncido, quizá te diría que la libertad absoluta es un plato que se sirve solo, aunque a veces te deja un amargo sabor existencial. Imagínalo intentando ordenar una bebida personalizada en un menú infinito de opciones: “Quisiera un café americano, sin leche, sin azúcar, sin gluten, sin compromiso, sin esencia predefinida y, por favor, sin clichés existenciales. Y que sea rápido, que tengo una crisis de nihilismo en 20 minutos.”
Jean-Paul Sartre, en su típica moda existencial, aprovecharía cualquier oportunidad para señalar cómo las elecciones que hacemos en algo tan banal como un café pueden ser un microcosmos de nuestras propias luchas internas con la libertad y la responsabilidad. “¿Ves?”, diría, señalando con su dedo manchado de tinta de bolígrafo, “Cada elección de café es una afirmación de tu existencia, una rebelión contra el menú preestablecido de la vida.”
Y en medio de este diálogo filosófico, no perdería la oportunidad de criticar a la sociedad moderna, esa en la que las relaciones se reducen a ‘me gusta’ en Facebook y conexiones Wi-Fi. “En un mundo donde puedes ser cualquier cosa, la mayoría elige ser inautentica,” soltaría Sartre, mientras mira despectivamente a un grupo de hipsters tomando selfies con sus lattes artísticos.
Por supuesto, no todo sería pesimismo y desdén. En un giro humorístico, podrías imaginar a Sartre finalmente accediendo a participar en una trivia de café, solo para ilustrar su punto de que, en el fondo, todos estamos solos con nuestras elecciones, incluso si es simplemente elegir entre café o té, ser o no ser.
Si Sartre estuviera hoy aquí, quizás nos recordaría que, aunque la vida no tiene sentido inherente, al menos tenemos la libertad de elegir cómo tomar nuestro café. Y quizá, solo quizá, encontrar algo de consuelo en el hecho de que, aunque el infierno sean los otros, al menos no tenemos que tomar café solo.