Imagina por un momento que Snoopy, el beagle más filosófico del mundo del cómic, se toma un descanso de su caseta y se transporta al vibrante período de la Edad Media. No, no está buscando dragones para pelear ni princesas para rescatar, sino más bien sumergirse en los densos tratados de filosofía medieval. Sí, nuestro querido Snoopy se ha convertido en un «Scholasticus Canis», un perro escolástico.
En su viaje, Snoopy se encuentra nada menos que con Santo Tomás de Aquino, quien está en medio de escribir su «Summa Theologica». Santo Tomás, al ver a Snoopy, decide que podría ser útil tener un poco de compañía canina mientras se ocupa de explicar las complejidades de la existencia de Dios. Después de todo, ¿quién mejor que un perro para demostrar la lealtad y el amor incondicional, pilares de la teología cristiana?
Mientras Santo Tomás escribe y razona, Snoopy, con su habitual expresión estoica, se pregunta si las galletas para perro existen porque son perfectas en esencia o si son perfectas porque existen. Una cuestión que seguramente habría intrigado a los filósofos medievales si solo hubieran pensado en ampliar su teología a la gastronomía canina.
Por supuesto, nuestro beagle no podría ser un verdadero filósofo medieval sin cuestionar la naturaleza de las cosas: ¿Es la caseta de un perro su castillo? ¿Es acaso su manta una analogía del manto de la seguridad celestial? Y más importante aún, ¿podría su amada comida ser considerada la quinta esencia de todas las sustancias terrenales?
En un giro irónico, mientras que los humanos de la Edad Media pasaban su tiempo libre rezando o yendo a cruzadas, Snoopy decide que es momento de iniciar su propia «cruzada» para encontrar el hueso perfecto, una metáfora de la búsqueda del conocimiento absoluto. Y, como cualquier buen filósofo medieval, escribe su propio tratado, «De Hueso Anima» (Sobre el Alma del Hueso), que rápidamente se convierte en un clásico entre los perros del barrio.
El encuentro culmina con un debate público entre Snoopy y el mismísimo Guillermo de Ockham. Usando la navaja de Ockham, Guillermo intenta demostrar que la explicación más simple suele ser la correcta, mientras que Snoopy, mirando su plato de comida vacío, rebate que, en realidad, la explicación más simple es que alguien más comió su cena.
Snoopy regresa a su época, no solo con una nueva colección de medallas (y quizás algunas pulgas medievales), sino también con una profunda apreciación por los dilemas que enfrentaron los filósofos de la Edad Media. Y quizás, solo quizás, se lleve consigo el secreto de cómo un beagle en una caseta de perro puede enseñarnos más sobre el cosmos que mil volúmenes de teología escolástica.