Imaginemos por un momento a Platón y Sócrates, dos gigantes de la filosofía, paseando tranquilamente por las polvorientas calles de Atenas. Mientras el sol se pone, ambos discuten animadamente sobre la naturaleza de la justicia y el bien supremo. Pero, ¿y si Platón decidiera llevar la conversación a otro nivel?

Sócrates: Entonces, mi querido Platón, ¿qué piensas que es la justicia?

Platón: Bueno, según mi dialéctica, la justicia podría entenderse como la armonía del alma en la que cada parte cumple su función adecuadamente.

Sócrates: ¡Ah! Pero, ¿no es esa precisamente la clase de definiciones que siempre desafío yo en el mercado? ¿Cómo puedes estar seguro de que no es solo una ilusión?

Aquí es donde Platón, con una sonrisa traviesa, podría decidir que la mejor manera de ilustrar su punto sería un poco de interacción física.

Platón: Mi estimado maestro, a veces, para entender realmente una teoría, uno debe sentir sus efectos de manera tangible. Permíteme demostrártelo.

Dicho esto, Platón se acerca sutilmente y ¡plop! le toca la nariz a Sócrates con el dedo.

Sócrates: ¡Vaya! ¿Qué significa este gesto impertinente?

Platón: Verás, querido Sócrates, justo como mi dedo interactuando con tu nariz, la justicia debe ser palpable y real, no solo palabras en el aire. ¡Necesitamos sentir la justicia para comprenderla completamente!

Sócrates, frotándose la nariz ahora ligeramente enrojecida, no puede evitar sonreír ante la ocurrencia de su discípulo.

Sócrates: ¡Oh, Platón! Siempre con tus métodos poco convencionales. Pero admito que tu punto está hecho con una claridad sorprendente. Sin embargo, espero que la próxima vez, encuentres una manera menos… táctil de hacerlo.

Mientras se alejan, aún enfrascados en su diálogo filosófico, no podemos sino imaginar qué otras travesuras tendría preparadas Platón para hacer pensar a su maestro, todo mientras el aire de Atenas se llena de sus risas y la reverberación de sus eternas preguntas.